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En el entorno educativo, familiar o social, es común encontrarse con niños, adolescentes o incluso adultos que presentan una conducta marcada por un nivel de actividad física y mental superior al esperado. Esta situación, cuando se mantiene en el tiempo y afecta al funcionamiento cotidiano, puede clasificarse como una conducta caracterizada por un exceso de actividad. Comprender qué hay detrás de este comportamiento es clave para abordar de forma efectiva. ¿Nos acompañas para saber más?

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¿Qué es la conducta caracterizada por un exceso de actividad?

La conducta caracterizada por un exceso de actividad hace referencia a un patrón comportamental en el que la persona muestra una actividad motora, verbal o mental muy elevada, que resulta desproporcionada en comparación con el contexto o la situación. Esta hiperactividad puede manifestarse en forma de movimientos constantes, dificultad para permanecer quito, hablar de forma incesante o una necesidad continua de estímulos.

No se trata simplemente de una persona “muy activa” o “energética”, sino de una alteración del comportamiento que interfiere en el desarrollo normal de actividades diarias, tanto en el entorno educativo como en el laboral o familiar. En los niños, por ejemplo, puede dificultar la concentración en clase o la capacidad de seguir instrucciones. En los adultos, puede traducirse en impulsividad, desorganización o problemas en las relaciones interpersonales.

Esta conducta suele asociarse con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), aunque también puede estar presente en otros trastornos del neurodesarrollo o incluso en momentos puntuales provocados por estrés, falta de sueño o factores ambientales. Lo más importante es identificar si la intensidad, duración y repercusión de esta conducta justifican una intervención especializada.

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Causas de la conducta caracterizada por un exceso de actividad

Las causas de una conducta excesivamente activa son diversas y dependen de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales. En muchos casos, no existe una única explicación, sino una combinación de elementos que contribuyen al desarrollo del comportamiento.

A continuación, se describen las principales causas que se han identificado:

  • Factores neurobiológicos. Existen diferencias en el funcionamiento cerebral de las personas con conductas hiperactivas. Algunas regiones del cerebro relacionadas con la atención, el autocontrol y la regulación del movimiento pueden presentar alteraciones. También se ha observado un desequilibrio en los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la noradrenalina.
  • Componentes genéticos. La hiperactividad suele tener un componente hereditario. Es común que existan antecedentes familiares de TDAH u otros trastornos del comportamiento. La predisposición genética aumenta la probabilidad de que una persona presente este tipo de conducta.
  • Estilo de crianza y entorno. Ambientes familiares con poca estructura, estimulación excesiva o falta de límites claros pueden favorecer comportamientos desorganizados y agitados. Del mismo modo, la sobreexposición a pantallas, una alimentación inadecuada o la falta de rutinas también influyen.
  • Factores emocionales. El estrés, la ansiedad, la frustración o el trauma emocional pueden desencadenar una conducta hiperactiva como forma de escape o desregulación emocional.
  • Trastornos del desarrollo de aprendizaje. Algunos niños con dificultades para aprender pueden manifestar su malestar o frustración a través de una conducta muy activa, como una forma de compensar o evitar las tareas que les resultan complejas.

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¿Cuáles son los 3 tipos de hiperactividad?

El concepto de hiperactividad no es uniforme ni se manifiesta de la misma manera en todas las personas. Por ello, los especialistas han clasificado este comportamiento en tres grandes tipos, cada uno con características particulares. Esta clasificación es especialmente relevante en el diagnóstico del TDAH, que se divide en tres presentaciones clínicas según el tipo de síntomas predominantes.

Hiperactividad motora

La hiperactividad motora es la forma más visible y comúnmente reconocida. Se manifiesta a través de una necesidad constante de moverse, una dificultad extrema para permanecer sentado o quieto y una tendencia a correr, saltar o desplazarse incluso en momentos inapropiados. Es habitual en niños pequeños, pero puede mantenerse en etapas posteriores si no se gestiona adecuadamente.

Quienes presentan hiperactividad motora suelen dar la impresión de estar “impulsados por un motor”, mostrando una actividad física que supera con creces lo esperado para su edad. Esto puede dificultar su integración en contextos educativos, donde se requiere permanecer sentado durante largos periodos de tiempo y afectar la convivencia familiar, al generar cansancio o irritación en el entorno.

En adolescentes y adultos, la hiperactividad motora puede transformarse en una sensación constante de inquietud interna, dificultad para relajarse o una necesidad de estar siempre ocupados.

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Hiperactividad impulsiva

La hiperactividad impulsiva se caracteriza por la incapacidad para controlar los impulsos, lo que lleva a actuar sin pensar en las consecuencias. Este tipo de comportamiento incluye interrumpir constantemente a los demás, hablar sin filtro, tomar decisiones apresuradas o tener reacciones exageradas ante situaciones cotidianas.

Las personas impulsivas pueden tener dificultades para esperar su turno, seguir instrucciones o respetar normas sociales básicas. En el entorno escolar, por ejemplo, esto puede derivar en sanciones frecuentes o conflictos con compañeros y profesores. En la vida adulta, la impulsividad puede generar problemas laborales, legales o de pareja.

Esta forma de hiperactividad suele ir acompañada de una baja tolerancia a la frustración y una tendencia a reaccionar emocionalmente de forma intensa. Es común en personas con TDAH del tipo predominante impulsivo-hiperactivo, aunque también puede aparecer como síntoma en otros trastornos, como el trastorno límite de la personalidad.

Hiperactividad cognitiva

La hiperactividad cognitiva es menos evidente desde el exterior, pero igual de intensa y limitante. Consiste en un exceso de actividad mental, con pensamientos constantes, cambios rápidos de idea y dificultad para mantener la atención en una sola tarea. La mente parece saltar de un estímulo a otro sin poder concentrarse o finalizar lo que se comienza.

Las personas con hiperactividad cognitiva pueden parecer distraídas, olvidadizas o desorganizadas. Les cuesta organizarse, seguir una secuencia lógica en sus tareas o recordar detalles importantes. Este tipo de hiperactividad suele estar asociada al TDAH del tipo predominantemente inatento, especialmente común en niñas y mujeres, lo que a veces retrasa su diagnóstico.

La hiperactividad cognitiva puede generar una sensación de saturación mental, ansiedad o agotamiento. A menudo, quienes la padecen se sienten frustrados por no poder rendir como quisieran, a pesar de su esfuerzo.

Así, podemos afirmar que la conducta caracterizada por un exceso de actividad abarca una variedad de manifestaciones que van mucho más allá del simple “no parar quieto”. Identificar el tipo de hiperactividad presente en cada caso es clave para ofrecer un acompañamiento eficaz tanto desde la educación como desde la psicología o el propio entorno familiar.

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